De picnic sociológico


En una parte del mundo, cuyo nombre ahora mismo no recuerdo, hace un día estupendo para ir de picnic a la montaña. La gente va llegando y coge el sitio que cree mejor para reunirse con sus afines y charlar.

Los primeros que se aprecian abajo a la izquierda son el espectro de Auguste Comte charlando con Émile Durkheim sobre el mantel del funcionalismo. Los dos autores no son coetáneos, sino que Durkheim nació siete meses y diez días después de morir Comte. Pero recogió el testigo de su pensamiento. Los dos creían –aunque Comte fuera el padre de la teoría– que se debía estudiar la vida social con la misma objetividad con que los científicos se ocupan de la naturaleza. Comte le puso por nombre Positivismo, y desde el principio le enseñó que con su enfoque podía producir conocimientos sociales basados en datos empíricos procedentes de la observación, la comparación y la experimentación.

En un momento de la discusión, Durkheim le reprochó a Comte que la mayor parte de sus trabajos eran demasiado especulativos y no había logrado darle a la sociología una base científica. Pero no obtuvo respuesta. También le comentó su visión acerca de la preocupación intelectual de Sociología –de la que los dos fueron amantes– por el estudio de los hechos sociales, es decir, las formas de actuar o pensar externas a los individuos y con poder coactivo sobre ellos. Tampoco obtuvo contestación. Y Durkheim terminó por comentarle unos datos del estudio que estaba realizando sobre el suicidio, y frunció el ceño al aseverar que los factores sociales tienen una influencia decisiva por encima de ser un acto puramente personal.

A pocos metros de distancia, bajo una sombrilla –propaganda de su empresa Marxismo– para evitar el intenso sol de mediodía, Karl Marx escucha atento las palabras de los anteriores y se da cuenta que sus ideas contrastan vivamente con las suyas. Él prefiere centrarse en las cuestiones económicas y cree que las transformaciones más importantes de la época contemporánea están vinculadas al desarrollo del capitalismo, un sistema que conlleva la producción de bienes y servicios para venderlos a una amplia gama de consumidores.

Marx piensa que estas empresas capitalistas tienen dos elementos principales: el capital, para crear más capital, y el trabajo asalariado, que lo realizan los trabajadores –el proletariado– que para ganarse la vida dependen del empleo que les dan los propietarios del capital. También cree que la lucha de clases es el motor de la historia, y de este modo, los sistemas sociales han pasado de una forma de producción a otra –de forma gradual o mediante una revolución– según las contradicciones que se producen en sus economías.

En el otro extremo de la montaña, sentados en un moderno banco de madera patrocinado por Interaccionismo Simbólico, están debatiendo sobre sus postulados Max Weber y George Herbert Mead. El primero intentaba comprender la naturaleza y las causas del cambio social, tenía influencias de un conocido suyo llamado Marx. Aunque rechazaba la concepción materialista de la historia y restaba valor a los conflictos de clase, le daba la razón en que los factores económicos son importantes. Pero consideraba que el impacto de las ideas y los valores sobre el cambio social eran igualmente significativos. Él pensaba que se debía centrar la atención en la acción social, en comprender los significados subyacentes de las estructuras sociales.

Weber empezó a contar lo que era un “tipo ideal”, es decir, la forma “pura” de un determinado fenómeno, cuando Mead prefirió cambiar de tema y hablar del interaccionismo simbólico. Esta concepción surge de la preocupación por el lenguaje y el significado, pues Mead sostiene que es el lenguaje lo que hace a los seres humanos individuales. El elemento clave es el símbolo, que puede ser una palabra, una acción, un gesto o cualquier acto de comunicación no verbal, que tiene un significado concreto. Mead explicaba que servía para analizar la comunicación interpersonal, y a cómo se utilizan para dar sentido a lo que otros dicen o hacen. Entonces fue cuando decidieron hacer una pausa para descansar, y jugaron al veo-veo.

Una de las fundadoras olvidadas en sociología es Harriet Martineau, que aquel día observaba entre las nubes lo que hacían sus colegas. Se la considera la “primera mujer socióloga”. Es importante en sociología por tres razones: porque dijo que cuando se estudia una sociedad hay que analizar todos sus aspectos –instituciones políticas, religiosas y sociales clave–, también intentar comprender la vida de las mujeres y a otras cuestiones antes desatendidas como el matrimonio, los hijos, la vida doméstica y religiosa y las relaciones raciales. Martineau consideraba que los sociólogos han de ir más allá de la observación para actuar de forma que se beneficie la sociedad, por eso también defendía los derechos de las mujeres y la emancipación de los esclavos.

Empezaba a oscurecer cuando todos recogieron sus cosas y se marcharon de aquel lugar, que volvió a quedarse vacío y en calma. Las ideas se iban disipando gracias a la suave brisa de la noche, mientras la luna, desde el cielo, se reía.