- Abuelo, ¿de mayor voy a ser como tú?

Le preguntó una vez un nieto de siete años a su abuelo. Él no supo qué responder.

- La vida ha cambiado mucho –le dijo al final–. Cuando yo tenía tu edad ya trabajaba en el campo con mi padre, y también cuidaba del ganado que tenía la familia junto con mis hermanos. Mis hermanas se quedaban en casa ayudando a mi madre. En fin, que se ayudaba a la familia en lo que podía.

- ¿Y no mirabais los dibujos en la tele? –preguntó el nieto, extrañado.

- Aunque ahora parezca raro, entonces la vida estaba más fuera la pantalla que dentro. Pero a diferencia que tú, yo no pude estudiar. Apenas aprendí a leer y escribir. A los catorce años entré a trabajar de camarero en un bar de mi pueblo. Así también traía algo más de dinero a casa. Tu abuela vivía en la casa de al lado. Las dos familias siempre hemos tenido mucho trato.

- ¡¿Conocías a los vecinos?! Nosotros sólo los saludamos si los encontramos por casualidad en el rellano cuando llegamos o salimos de casa –le contó el nieto.

- Entonces era diferente. El pueblo era pequeño y casi todos nos conocíamos. Pero allí no teníamos tantas oportunidades para vivir como aquí. Al poco de habernos casado tu abuela y yo tuvimos a Juan y a Pablo, los gemelos; y después vino tu madre. Ganaba demasiado poco para todos, y por eso me tuve que ir a Alemania a trabajar. En aquella época era allí donde se hacía dinero, y lo mandaba a la familia.

- ¡¡Nosotros fuimos a Berlín durante las vacaciones!! Fue la primera vez que monté en avión y no tuve miedo –relataba el muchacho.

- ¡Qué valiente! –dijo risueño el abuelo. Yo todavía no he ido en avión. A mí sí me da miedo, pero no se lo digas a nadie.

- ¿Pero entonces cómo fuiste a Alemania? –preguntó con curiosidad el nieto.

- En autobús. Pero entonces ni las carreteras ni los automóviles eran como los de ahora, ni por asomo. Estuvimos dos días viajando, aunque paramos a dormir. Aún conservo una fotografía en la que salimos todos los amigos del pueblo que estuvimos allí. Tu abuela la tendrá guardada en algún sitio.

- ¿En el ordenador, como las que tiene mi padre, no? –le dijo el pequeño.

- ¡Uy, no! Antes no existían tampoco ni las cámaras digitales ni los ordenadores, era todo más normal, no como ahora...

- ¡Qué aburrido sería! –apostilló su nieto.

- Era la vida de entonces. Yo no la cambiaría por la de ahora. Por eso vinimos a vivir a Barcelona cuando tu madre tendría tu edad. Aquí nacieron tus otros tíos. Pensamos que tendríamos una vida mejor. Y no nos equivocamos.

Su nieto le miraba, embelesado por la historia que le contaba, la historia de su familia al fin y al cabo. Uno de los cuentos que más le gustaba escuchar.

Está claro que las etapas de la vida serán las mismas, pero no sus circunstancias. Aquí un vídeo de un abuelo y su “nietecito” (Anuncio publicitario de Bocatta). Los tiempos cambian.